Del Escritorio de Nuestro Párroco
Querida familia:
Hoy es la Fiesta de la Presentación del Señor y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Así como Cristo fue presentado en el templo hoy, la santa Madre Iglesia nos invita a ofrecernos continuamente “como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Rom 12,1).
En la primera lectura de hoy, el profeta Malaquías prepara nuestras mentes para la venida del Señor: “De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes desean”. Esta profecía se cumple tanto en la segunda lectura de hoy como en el evangelio. Una pregunta que nos debemos hacer hoy es: ¿cuándo y cómo me encontraré con el Señor?
Malaquías nos dice que los pecados del pueblo de Dios serán considerados y la relación humano-divina será restaurada. Sin embargo, esta reconciliación no está en nuestro poder lograrla. La sanación de nuestra relación con Dios depende totalmente de la misericordia y la bondad amorosa de Dios. Nuestro papel es aceptar el fuego y el baño purificador de Dios. Al igual que el paciente con trauma en la sala de emergencias, nuestras heridas autoinfligidas deben ser cauterizadas y los residuos contaminantes eliminados antes de que se pueda proceder a la curación. Estas metáforas dejan en claro que nuestra reconciliación con Dios no será indolora, pero será completa y eterna si nos sometemos a su tratamiento.
La carta a los Hebreos nos recuerda que Cristo es el fiel sumo sacerdote. En cumplimiento de la profecía de Malaquías, Cristo entró en el templo, se presentó y se sacrificó a Dios por nuestra salvación. Para lograr esta misión, tuvo que ser como uno de nosotros al asumir nuestra naturaleza. Completó su presentación en el templo en la cruz, para que, por su muerte, pudiera quitar todo el poder al diablo y liberar a todos los que habían estado esclavizados por él. Por lo tanto, Cristo entró en el templo, tanto como sacerdote y como víctima.
Dios nos dará todas las oportunidades para responder a su oferta de reconciliación. Como estamos tan acostumbrados al estatus quo, nos enviará a alguien para anunciar su llegada para purificarnos. Sin la ayuda de Dios, no podemos reconocer que tenemos un problema en nuestra relación con Él, y mucho menos identificar a Aquel que viene como nuestro sanador. Como respuesta a nuestra ceguera, Dios envió a Juan el Bautista para anunciar la venida de Jesús como nuestro Salvador.
La profecía continuó a través de Simeón y Ana. Jesús fue llevado al Templo y los profetas dieron testimonio de su identidad como el Mesías de Dios, el Prometido, el Cristo enviado al Templo para la salvación de su pueblo.
En el evangelio de hoy, a través de su presentación, sus padres lo acompañaron para comenzar su misión en el lugar correcto, el templo. Sin embargo, como adulto, se ofreció públicamente en la cruz. A través de esta presentación pública y ofrecimiento de sí mismo, ahora participamos de su vida. Las lecciones que debemos aprender de esto nos indican que no hay límite para como ofrecernos a Dios.
Además, el evangelio de hoy nos recuerda que Dios es fiel a su promesa. Esto es especialmente para aquellos que lo aman y son fieles a Él. La profecía de Malaquías se cumplió en el evangelio de hoy. Esto se debe a que Simeón y Ana se encontraron con el Señor en el templo de la manera y en el momento menos esperados: “De improviso entrará en el santuario el Señor”.
Ellos sabían de su venida y esperaban encontrarlo, pero no sabían cuándo sería hasta que apareció de repente en el templo. Ambos agradecieron y bendijeron al Señor por su fidelidad. En verdad, “y a los justos se les dará lo que deseen” (Prov. 10:24). Por eso, Simeón cantó el Nunc dimittis: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz… porque mis ojos han visto tu Salvador”.
Jesús es la respuesta a la corrupción de los sacerdotes y la infidelidad del pueblo que lamentaba Malaquías. En su cuerpo purificó el Templo y el sacerdocio e hizo el sacrificio perfecto por los pecados del pueblo. Como prometió Dios, él traerá la ofrenda de la reconciliación para nosotros.
El anciano Simeón agrega que este Salvador largamente esperado será la salvación no solo de Israel, sino también de los gentiles. En sus palabras se cumple la promesa que Dios le hizo a Abraham de que Israel sería bendecido para ser una bendición para las naciones. La gloria de Israel —su verdadera naturaleza— estaba en su papel como pueblo elegido de Dios. Ese papel en el mundo debía ser la revelación de la bondad amorosa y la naturaleza soberana de Dios a las naciones para que vieran la bondad de Dios y lo buscaran. Jesús triunfó donde Israel fracasó, no como una alternativa, sino como el cumplimiento perfecto de la señal que era Israel. Mientras todo esto sucedía en el Templo de Jerusalén, la profetisa Ana nos recuerda que Jesús está en el centro de la ciudad de Dios —la nueva Jerusalén— y que las naciones serán llevadas a ella.
Sin embargo, incluso aquí, en el comienzo mismo de la vida de Jesús, la profecía es que, aunque la oferta de salvación es universal, su realización no lo es. La purificación y la reconciliación no vendrán sin un costo. En la severa misericordia de Dios, seremos purificados a través de la sangre de Jesús. Su destino es presentar una elección a todas las personas, y su respuesta determinará su bienestar eterno. No solo se opondrán a El y su oferta será rechazada, sino que será traspasado, como lo será el corazón de su madre y el de todos los que creen en él. Cada uno de nosotros debe ir más allá de las imágenes nostálgicas del bebé en el pesebre y abrazar la dura realidad de la cruz si hemos de resucitar con Jesús en la nueva Jerusalén.
Que la “luz para revelar a las naciones y la gloria de tu pueblo Israel, Jesucristo,” nos haga siempre ¡un Cuerpo, un Espíritu, una Familia!
Santísima Virgen María, Santa Katharine Drexel, San Miguel Arcángel, Papa San Pío X y Beato Dr. José Gregorio Hernández, ¡rueguen por nosotros!
¡Suyo en Cristo Jesús!
Padre Omar